Vamos a
recuperar algunos post (entrada en un blog) que hemos escrito, en calidad de
colaborador, en otros blogs relacionados con la Semana Santa con la intención
de hacer una recopilación para que no se pierdan en el olvido.
El presente post se publicó el:
Jueves, 14 de
abril de 2011.
Cada año, cuando
se acerca la cuaresma o en la misma cuaresma, siempre hay alguien que henchido
de estrés cofrade coge su pluma y nos dedica una encendida defensa de los
valores religiosos que, desde su óptica, cree que siguen perviviendo en nuestra
piel de toro extendida llamada España como la llamó Estrabón.
Este cofrade
estresado viene a decirnos algo así como: “El que no sea Católico, Apostólico y
Romano que se aguante porque la Semana Santa, esta mística celebración de la
pasión, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret, que es Cristo y que es Dios;
va a ocupar las calles de la ciudad con sus desfiles procesionales o estaciones
de penitencia para regocijo de creyentes y fastidio de laicos, ateos y
judeo-masones”.
Estos que
todavía suspiran por el Nacionalcatolicismo, cuando los cardenales fueron
equiparados a generales de brigada y el Santísimo recibía honores militares;
cuando se derogaron las leyes ateas de la II República y se establecieron las
leyes de inspiración católica del antiguo régimen, con la implantación de la
pena de muerte y la supresión del matrimonio civil, del divorcio y de la
coeducación; estos que todavía recuerdan con nostalgia, como Su Excelencia,
entraba bajo palio a las iglesias y catedrales españolas; estos cofrades de pro
amantes de la batalla de Clavijo donde Santiago Matamoros con sus huestes, y su
famoso caballo blanco, derrotaba a los impíos sarracenos: “¡Santiago y cierra
España!” ¡Qué falta nos haces ahora con tanto moro suelto por el suelo patrio!;
éstos, todos estos, todos los años, confunden la velocidad con el tocino y se
creen que el personal que está en la calle, viendo procesiones, son como ellos,
que España es la de siempre: “ser español es ser católico”, la de toda la vida
desde 1936 a 1975, y que Andalucía y Sevilla son la tierra de María y así,
dirigiéndose a la sección de cartas al director de cualquier periódico nos
intentan demostrar que pese a quien pese, España sigue siendo Católica,
Apostólica y Romana porque las calles están llenas y …
Las iglesias están vacías en el
denominado triduo sacro, donde con ritos solemnes se conmemora la pasión,
muerte y Resurrección de Jesucristo; donde celebraciones especiales, recuerdan
la institución de la eucaristía en el Jueves Santo con lecturas de las Sagradas
Escrituras, oraciones solemnes, y la veneración de la cruz que recuerdan la
crucifixión de Cristo el Viernes Santo; el Sábado Santo se conmemora el
entierro de Cristo; los oficios de vigilia de medianoche inauguran la
celebración de la Pascua de Resurrección.
Si todos fueran Católicos,
Apostólicos y Romanos, las iglesias y catedrales estarían llenas de fieles,
pero no es así, la gente está en la calle.
Fue el gran
sociólogo Emilio Durkheim quien puso de manifiesto que el “fenómeno religioso”
es en sí un “hecho social”.
La religiosidad
es un fenómeno verdaderamente universal, de hecho, no se conoce ningún pueblo
sin religión, pero una cosa es la existencia universal de la religiosidad, y
otra, el grado con que la viven los individuos.
La universalidad de la
religiosidad abarca a todas las culturas y pueblos, pero no a todos los
individuos en el mismo grado.
El mismo
Durkheim define el hecho religioso como un sistema más o menos complejo de
mitos, dogmas, ritos y ceremonias, constituyendo dos polos o categorías
fundamentales: las creencias y los ritos.
Las primeras son estados de opinión y
consisten en representaciones de la realidad; los segundos son modos de acción
sobre dicha realidad.
Estas categorías terminan por dividir la realidad en dos
dominios del mundo: lo sagrado y lo profano.
En definitiva, podemos definir el
hecho religioso como “un sistema solidario de creencias y prácticas relativas a
cosas sagradas; es decir, separadas, prohibidas, creencias y prácticas que se
unen en la misma comunidad moral, llamada iglesia, a todos los que se adhieren
a ellas”.
La religión se
manifiesta al observador por medio de acciones sociales.
De estas la más
detectable es el ritual, o conjunto de ritos.
Básicamente los ritos representan
y se refieren a los mitos y, casi siempre, están conectados con la actividad
salvacional y la expiación de la culpa.
La Semana Santa
es un buen ejemplo de ritual público pero… no todos los individuos que forman
una sociedad la viven de igual forma como a veces se nos quiere hacer ver de
manera tendenciosa.
Un Católico,
Apostólico y Romano la vive como expiación de la culpa por haber matado a
Jesús, a Cristo, a Dios y confía en la redención de su pecado con la
resurrección de Jesús, de Jesucristo, de Dios.
Pero mucha gente vive la Semana
Santa como una fiesta.
La fiesta de los sentidos y de los sentimientos, la
fiesta de la primavera y disfrutan de las marchas procesionales, del andar
acompasado de los pasos, del olor a incienso y azahar y de la estética teatral
y barroca que se nos muestra en las calles de nuestras ciudades y pueblos.
Mucha gente no comprende que se nos quiera dar la imagen de una Semana Santa
triste y lúgubre como las del antiguo régimen, no puede serlo, estamos en
Andalucía y aquí las cosas son de otra manera, aquí los pasos de misterio se
van de frente, de costero, sobre los pies… y los palios se mueven con gracia y
al compás de marchas alegres o solemnes pero nunca tristes, aquí vemos la
estética de las imágenes, su disposición en el paso… y que nadie piense que soy
un irreverente, al contrario, lo que no comprendo es que un Católico,
Apostólico y Romano vaya en contra de la palabra de Dios revelada por Él mismo
en la Biblia, los pasos de Semana Santa no pueden representar a Jesús de
Nazaret, a Jesucristo, a Cristo, a Dios y ni mucho menos son “el Señor” o “la
Virgen”; porque está escrito en las Tablas de la Ley, los Diez Mandamientos, el
Decálogo, entregado por el mismo Dios a Moisés en el monte Sinaí, su segundo
mandamiento bíblico: “No te harás escultura ni imagen alguna ni de lo que hay
arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en
las aguas debajo de la tierra. No te postrarás ante ellas ni les darás culto,
porque yo Yahveh, tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la iniquidad de los
padres en los hijos hasta la tercera y cuarta
generación de los que me odian, y tengo misericordia por millares con
los que me aman y guardan mis mandamientos.” (Éxodo capítulo 20, versículos
4-6) (Éx 20, 4-6).
Por si alguien cree
que es un error lo que acabo de transcribir, puede consultar el Deuteronomio,
capítulo 5, versículos 8-10: “No te harás escultura ni imagen alguna, ni de lo
que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que
hay en las aguas debajo de la tierra. No te postrarás ante ellas ni les darás
culto. Porque yo, Yahveh tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la iniquidad
de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me
odian, y tengo misericordia por mil generaciones con los que me aman y guardan
mis mandamientos”. (Dt 5, 8-10).
Hasta el mismísimo San Pablo, que no es
sospechoso de laicismo, ateismo y complot judeo-masónico afirma: “Si somos,
pues, del linaje de Dios, no debemos pensar que la divinidad sea algo semejante
al oro, la plata o la piedra, modelados por el arte y el ingenio humano.”
(Hechos de los Apóstoles, capítulo 17, versículo 29) (He 17, 29).
Evidentemente yo
estoy hablando de la Biblia que contiene la palabra de Dios tal y como fue
transmitida por su Espíritu, el Espíritu Santo; primero a través de los
patriarcas y profetas y más tarde por boca de los apóstoles, como sostiene la
doctrina: Dios es autor de la Biblia; por eso la Biblia es Su palabra.
No hablo, claro
está, del Catecismo Católico, en éste, el segundo mandamiento, fue eliminado de
cuajo, lo hicieron desaparecer, como si Dios no se lo hubiera dado a Moisés,
alguien que se cree más que Dios, lo ha eliminado del Decálogo y eso a pesar de
lo escrito por San Mateo: “Porque os aseguro que, mientras no pasen el cielo y
la tierra, ni un punto ni una coma desaparecerán de la ley hasta que todo se
cumpla” (Mt 5, 18). Pobre Mateo.
Por si todavía
hay algún suspicaz, le digo que, la edición de la Biblia que he consultado
tiene impreso el “Nihil Obstat” del Censor Eclesiástico, el “Imprimatur” del
Censor Deputatus y está traducida de La Vulgata Latina al español; por tanto,
no cabe duda que me he guiado por una Biblia Católica, Apostólica y Romana.
Por todo ello,
la Semana Santa con sus pasos en la calle, debe ser una manifestación cultural
y artística, una tradición, un ritual antiguo basado en la adoración de
imágenes, de ídolos (idolatría del latín idolatrīa, y este del griego
εἰδωλολατρεία. Adoración que se da a los ídolos), pero en ningún momento una
manifestación pública de la fe Católica, porque, por mandato divino, los
Católicos, Apostólicos y Romanos, no hacen escultura ni imagen alguna de Dios,
ni de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni
de lo que hay en las aguas debajo de la tierra, y no se postran ante ninguna
imagen, ni les dan culto.
Tienen que cumplir los puntos y las comas de la Ley
de Dios que se encuentra escrita en la Biblia. Y si no lo hacen: “Yo, Yahveh tu
Dios, soy un Dios celoso, que castigo la iniquidad de los padres en los hijos hasta
la tercera y cuarta generación de los que me odian, y tengo misericordia por
mil generaciones con los que me aman y guardan mis mandamientos”. Esto sí es
Palabra de Dios.
Aquí, en
Andalucía, vivimos la Semana Santa cada uno a nuestra manera, a nuestro aire,
sin meternos con nadie, cada uno a sentir sus cosas como mejor le parezca y
convenga, no nos gustan las imposiciones, el pensamiento único, ni las
interpretaciones tendenciosas de los que se creen en posesión de la verdad.
Porque ¿Qué panorama contemplamos cuando examinamos a la Comunidad Católica,
Apostólica y Romana que nos quiere imponer su forma de vida?
Pues que viven
como auténticos paganos, como auténticos gentiles, preocupados por los placeres
y las comodidades de esta vida que al fin y al cabo para el Católico,
Apostólico y Romano es un valle de lágrimas y sufrimiento porque la auténtica
vida es otra: “Mi Reino no es de este mundo” (Jn 18, 36).
Viven como si no
hubiera infierno para castigar a los que no obedecen los preceptos de la Santa
Madre Iglesia y una Gloria para premiar a las ovejas sumisas al Pastor que no
abandonan el redil.
El panorama no
puede ser más negro: apatía por las visitas al Sagrario y el rezo del Rosario
en familia, sacramentos aplazados sine die, especialmente el de la penitencia,
olvido del cumplimiento pascual, disminución de los óbolos y donaciones a la
Iglesia, tibieza en el cumplimiento de los deberes religiosos, aumento
escandaloso del número de bodas civiles (¡amancebamiento!); rupturas
matrimoniales sin pagar como es debido al Tribunal de la Rota, todo por
ahorrarse unos cuantos euros que vale una anulación como Dios manda; drástico
recorte de las decenas de misas que antes se encargaban en sufragio de las
ánimas del pulgatorio.
Aquel tiempo
añorado por algunos en que los cines y los bares cerraban el Viernes Santo y
los guardias multaban a las parejas por besarse en el parque, de cuando la
censura prohibía la publicación de libros desedificantes y mutilaba las
películas para que no aparecieran besos en la boca y achuchones, gracias a los
que creemos en una sociedad civil y libre sin más imposiciones que las Leyes
que todos nos hemos dado de forma democrática, aquellos tiempos, han terminado
aunque algunos todavía sigan clavados en el Concilio de Trento y en el nacionalcatolicismo
que fue práctica utilizada en España por la Iglesia católica durante el
franquismo (1936-1975), caracterizada por su control, con el apoyo del Estado,
de determinadas parcelas de la vida política y social española como gran parte
de la educación y la moral pública que quedaban en manos de la Iglesia, quien
censura la cultura e imponía sus normas sobre determinados comportamientos
sociales, que identificaban la nación española con el catolicismo (ser español
es ser católico) en la defensa de los valores religiosos católicos.
No sé si
arrepentirme por haber desobedecido a Don Francisco, a Su Excelencia no, a Don
Francisco de Quevedo y Villegas cuando en el capítulo II de su obra: “La vida
del Buscón llamado don Pablos” nos dice: “Esas cosas, aunque sean verdad, no se
han de decir”...
Claro que por otra parte, sí he hecho caso a San Juan:
“Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Jn 8,32). Ya me quedo más
tranquilo.
Posdata:
Para los de
Ciencias de toda la vida, traduzco al español los términos latinos empleados:
“Intimor intimo
meo”: “Más íntimo que lo íntimo mío”. Son palabras de San Agustín de Hipona
(354-430), teólogo cristiano, el más grande de los padres de la Iglesia y uno
de los más eminentes doctores de la Iglesia occidental. Esta frase pertenece a
su obra: “Confesiones” (397-401) y he encontrado varias versiones:
“Deus, intimior
intimo meo!”: “¡Oh Dios, que eres más íntimo a mi ser que yo mismo!
“Tu autem
intimior intimo meo et superior summo meo”: “Tú, Señor, eres lo más interior de
lo más íntimo mío y lo más superior de lo más supremo mío”.
“Nihil Obstat”:
"Nada se opone”, “No hay inconveniente”: Fórmula usada en el lenguaje
eclesiástico para dar autorización a la publicación de un libro. Aprobación de
la censura eclesiástica católica del contenido doctrinal y moral de un escrito,
previa al imprimátur. Beneplácito.
“Imprimatur”:
"Imprímase”: Licencia que da la autoridad eclesiástica para imprimir un
escrito.
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